Sergei Gerasimov es un sacerdote ruso de Koivisto. El ha recibido la gracia del arrepentimiento en el campamento de confirmación para los rusos en Jämsä.
En los últimos kilómetros hacia el lugar de los servicios, el camino está lleno de baches. Los niños en el patio nos ven y corren a saludarnos. Los niños más grandes hablan bien el inglés, y con otros hablamos a través de un intérprete. Podemos hablar de nuestros acontecimientos y contar nuestros nombres sin un intérprete.
El bautismo es el otro sacramento sagrado de nuestra Iglesia. Es celebrado por el mandamiento de Cristo: ”bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. El mandamiento de bautizar forma parte del mandamiento de misión que fue dada por Jesús: ”haced discípulos a todas las naciones ”. El mandamiento de enseñar está vinculado con lo anterior: ”enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado ”. (Mt 28.18-20.) Cuando una persona llega a ser un discípulo de Dios, hay que bautizarla y confirmar que es propia de Dios Trino. Según el mandamiento de enseñar, se debe también instruir al bautizado.
El sacramento en el lenguage eclesiástico, se refiere a las entregas que se perciben como especialmente importante y sagrado. La Biblia no habla de ninguno de los sacramentos, y varias denominaciones no están de acuerdo en su número. La iglesia católica y la Iglesia ortodoxa tienen siete sacramentos, las iglesias de la Reforma tienen sólo dos: el bautismo y la comunión. Las iglesias de la Reforma, o sea, las iglesias protestantes, exponen como sacramentos aquellos mandamientos, que se basan en el reglamento y la instrucción particular de Jesús.
Cuando Jesus empezó su trabajo público, El predicó el evangelio del Reino de Dios: ”El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.” (Marcos 1:15). Jesús los mandó también a sus discípulos a proclamar el sermón del arrepentimiento para toda la gente.
Jesús dió a sus seguidores la tarea de predicar el evangelio del reino de Dios sobre el perdón de los pecados ”Que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (S.Lucas 24:47). Dios ha abierto oportunidades al trabajo de su reino en diferentes partes del mundo. El evangelio de perdón une al que cree en la conexión del reino de Dios donde se le cuida y ama.
La historia bíblica del encuentro de José con sus hermanos en Egipto es una descripción bonita sobre la misericordia y el perdón.
La carta a los Efeseos se centra en velar por la conexión y por la unidad de los cristinos, al cual nuestro texto da algunos consejos de practica. La mayor parte de los consejos de San Pablo son claros y tal vez obvios: hablad verdad, no peleáis, no hablen palabras corrompidas, quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Si estos fueran cosas obvias de verdad y fácil de cumplir, apenas éstas tendrían que ser mencionadas por separado.
El discurso de despedida de Jesús está incluído en el evangelio de San Juan. Allí Jesús les aconseja a sus discipulos que mantengan el amor entre los hermanos en la fe: ”Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.” (Juan 13:34)
Jesús exhorta que busquemos primeramente el reino de Dios y su justicia (Mateo 6.33). Oremos juntos ”venga tu reino” y creemos ”tuyo es el reino, el poder, y la gloria, por todos los siglos” (Mateo 6.10, 13).
n la biblia, especificamente en las cartas de Pablo, hay muchos consejos y recomendaciones de como tratar a las personas. A nosotros nos aconsejan a tener una actitud amable, comprensiva, y paciente. Nuestro salvador por su parte enfatiza el amor hacia el prójimo.
El pecado es todo lo que aparta al hombre de Dios – es decir, cualquier cosa que ponga en peligro la fe viva. El cuento de la caída al pecado ya enseña que el pecado no parece siempre mal. Se nos atrae, nos encanta y nos engaña. Hasta las cosas que parecen buenas o razonables puede llevar por mal camino. La gracia sana de Dios aconseja a rechazar la impiedad y los deseos mundanos (Tit 2: 11–12).
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