El pecado es una cosa mala. Rompe el amor. Separa el ser humano de Dios y del prójimo. Ezequiel escribe: “Apartándose el justo de la justicia y cometiendo iniquidad, él morirá por ello; por la iniquidad que hizo, morirá” (Ez. 18.26).
A pesar de que el profeta escribe así, Dios no quiere vengar al pecador. Dios quiere que el perdido vuelva a la comunión con Él. Tiene el plan de la salvación. El Señor ayuda.
¿No es recto el camino del Señor?
El profeta Ezequiel había visto la infidelidad del pueblo de Israel. Describe los pecados de los israelitas en el capítulo 18 de su libro. Los israelitas habían mezclado ritos religiosos de las naciones cercanas al culto correcto. Por consecuencia empezaron a adorar ídolos y una parte de las ofrendas sinceras acabaron en los manos de malhechores. Ezequiel escribe también que los usureros avariciosos oprimían a los deudores y que la infidelidad en los matrimonios causaba angustia.
Ezequiel dice: “¿Qué pensáis vosotros, los que en la tierra de Israel usáis este refrán, que dice: ‘Los padres comieron las uvas agrias, y a los hijos les dio dentera’?” (Ez 18.2). Esta frase describe el efecto de la maldad que va de generación en generación.
Dios se enojó con su pueblo. Ezequiel anuncia que Dios castigará a su pueblo y lo pondrá bajo juicio: “He aquí que todas las almas son mías: como el alma del padre, así el alma del hijo es mía. El alma que peque, ésa morirá”. (Ez 18.4) ¿Comete Dios injusticia cuando amonesta del juicio venidero?
¿Pecado del individuo o de la colectividad?
Antiguo Testamento refiere a menudo a Israel, al pueblo de Dios, como a una persona de quien Dios exige fidelidad completa. Dios exigía que todo el pueblo fuese fiel y por eso el pecado de un individuo hizo culpable a todo el pueblo. Si el pueblo de Dios permitía que entre ellos hubiese transgresores, fue partícipe de las transgresiones de esos individuos. Ezequiel amonesta no abandonar la voluntad de Dios. Las consecuencias son peligrosas.
La dificultad de reconocer errores propios
Es difícil reconocer los errores propios o de la colectividad. Muchas veces podemos pensar que no hay ninguna falta en mí o en nosotros.
Recuerdo a una familia que vivía en archipiélago. Una vez encontraron en la playa un objeto valioso que fue llevado a la orilla por el mar. Según la ley, tenían que anunciar el hallazgo a las autoridades y pagar aduana. La familia tenía una conversación amplia sobre el asunto. Al fin los miembros de familia tuvieron el acuerdo y decidieron hacer lo que requiere la ley.
Decidieron hacer lo correcto, pero, luego tuvieron otro problema. La familia quería pagar la aduana de una forma lo más público posible. Querían mostrar que son buena gente. Una familia pobre venció la tentación de robar pero al mismo tiempo cayeron en el pecado de la soberbia espiritual.
Cada uno de nosotros ha experimentado que los seres humanos compiten entre ellos, son avariciosos, envidiosos y soberbios.
Lamentablemente es también muy común mostrar nuestra devoción pero lo de reconocer los errores propios es muy difícil, hasta imposible. Cuando disputamos vemos muchas veces solamente las faltas de otra persona.
El texto del libro de Ezequiel nos hace mirar a nuestra vida reflejado por el espejo de la palabra de Dios. La conciencia que está unida a la palabra de Dios revela las cosas que uno mismo no reconoce o que querría ocultar o ignorar.
Os daré un corazón nuevo
Dios puede dar el deseo de volver. Él da el poder para arrepentimiento. Según el juicio humano es correcto dar un castigo a una persona que ha cometido un pecado grave, pero, Dios no quiere muerte o castigo a nadie. El Señor tiene el plan de la salvación: “¡Convertíos, volved!” En el arrepentimiento uno puede echar de sí mismo lo de negar a Dios, la vida pasada y todos los pecados. El perdón de los pecados, en el nombre y sangre de Jesús, da nueva vida. Da al corazón un espíritu nuevo.
El ser humano no puede dar a sí mismo espíritu nuevo y corazón nuevo. Dios puede limpiar: ”Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.” (Ez 36.26)
El Dios de Ezequiel tiene las características del padre del hijo pródigo: tiene misericordia. El evangelio del reino de Dios ayuda a una persona a arrepentirse y a convertirse. El evangelio le da el espíritu del hijo.
Texto: Juho Kopperoinen
Publicación: Siionin Lähetyslehti 1/2016
Traducción: A. V.
Julkaistu espanjankielisessä numerossa 10.5.2017
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