En su carta a los romanos, Pablo enseña que el Reino de Dios es: Algo que experimentamos internamente, y que no es algo físico o externo. El reino de Dios es justicia, paz y gozo.
En la calle de la puerta de las aguas, un pulpito de madera fue construido. La congregación se reunía por unanimidad para escuchar la palabra de Dios. El sacerdote Esdras trajo la biblia, y así se dio el primer servicio de verano de Jerusalén. Los oradores en adición a Esdras, eran el procónsul o gobernador Nehemías, y los siervos de la palabra, Jesúa, Bani, Serebias, Jamín, Acub, Sabetai, Hodías, Maasías, Kelita, Azarías, Jozabed, Hanan y Pelaía. Ellos leyeron la palabra de Dios verso por verso, de la Biblia, y al mismo tiempo, ellos explicaron y enseñaron. El lema de aquellos servicios de verano fue “Porque la alegría del Señor es tu fortaleza.”
Esta representación de los servicios de verano en la calle de la puerta de las aguas se encuentra en el capítulo ocho del libro de Nehemías. La Biblia no lo llama este acontecimiento exactamente servicios de verano, y estos servicios no tuvieron un lema oficial. Pero, de acuerdo a la Biblia, el mensaje principal de aquellos servicios fue: “El gozo de Jehová es vuestra fuerza.”
La descripción de este servicio antiguo me habla grandemente. Los habitantes de Jerusalén habían regresado de una migración forzada en Babilonia junto con el pueblo de Judá justamente un medio año antes de este acontecimiento. La cuidad aún se encontraba en ruinas. Únicamente sus paredes habían sido reconstruidas con gran esfuerzo, y el nuevo templo era solo una sombra opaca en comparación al templo de Salomón. Había un trabajo inmenso delante de ellos, y la situación política a nivel mundial no era estable. En esta situación, los habitantes de Jerusalén sintieron que lo más importante en sus vidas era el poder escuchar la palabra de Dios y su explicación. Esta es la razón por la cual ellos organizaron estos servicios.
El hecho de que os siervos de la palabra exhortaban a la gente, a pesar de todas las dificultades exteriores y amenazas, me maravillan. La base de este gozo era que el Señor fue su fortaleza. Pienso que en medio de todas estas dificultades externas, aquellos oyentes antiguos de la palabra pudieron tener en sus propios corazones, los tesoros del reino de Dios. Pablo escribe sobre esto a los Romanos cristianos cientos de años después: El reino de Dios es “Porque el reino de Dios no es comida, ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom. 14:17). Ellos fueron dueños de estos tesoros, y en ellos se regocijaron.
Amamos a nuestros seres queridos débiles
En su carta a los cristianos de Roma, Pablo enseña lo que es el reino de Dios. Las enseñanzas de Pablo se refieren a un tema que era necesario en esos días, la controversia del ritual de comer alimentos impuros. Algunos cristianos creían que podían comer este tipo de comida sin ninguna carga de conciencia, mientras otros sentían lo contrario. Pablo recomendó a los Cristianos de Roma que no lleven a sus amigos en la fe a que se tropiecen y caigan. Confiando en el Señor Jesús, Pablo sabía que claramente no había comida que haya sido impura. Pero también sabía que si alguien guardaba algo que era impuro, verdaderamente es impuro para esa persona. Por esta razón, el enseño: “Pero si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor.” Él nos advirtió en contra del uso de alimentos que lleven a la ruina de aquel por quien Cristo murió. Con relación a esto, él nos recuerda: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom. 14:13-17).
Las enseñanzas de Pablo incluyen dos mensajes esenciales e importantes. Primeramente, el enseño que el Reino de Dios no se refiere a asuntos temporales como lo son la comida y bebida. El Reino de Dios es algo que experimentamos internamente: Justicia, paz y gozo. Segundamente, el enseño que por esto siendo así, las cosas externas no deben llegar a ser punto de desacuerdo. También, el amor nos guía a notar a las debilidades de nuestro prójimo y nos hace ser cautelosos para que con nuestras decisiones no lo hagamos “tropezar” y dejar la fe. Si algunos de nuestros hábitos temporales ofenden a otro cristiano, es mejor dejar esos hábitos por el bienestar de su fe. De esta forma no estamos llevando a este ser querido a la perdición, por quien Cristo murió, de la misma manera en que El murió por nosotros.
Los justos serán llamados al cielo
Convertirnos y mantenernos justos, es lo más importante en nuestras vidas, porque los justos serán llamados al Reino Celestial en el último día (Mateo 25:34). El ser justo significa que Dios ha aceptado a la humanidad a tener comunión con El. Cuando una persona es justa, no hay nada que lo pueda separar de Dios. Cuando somos justos, estamos sin culpa, y por lo tanto podemos presentarnos delante del rostro de Dios.
En la Biblia se encuentra una verdad, dice que no existe ningún justo delante de Dios (Salmos 143:2), pero Dios nos hace justos. Nosotros como personas vamos a querer tratar de ser justos por nuestra propia cuenta. Pero esta aspiración propia es como trapos sucios y de inmundicia a los ojos de Dios (Isaías 64:6).Pablo usa el Antiguo Testamento para mostrar que entre toda la humanidad, no existe ninguno que sea aceptable delante de Dios (Romanos 3:10-12, Salmos 14:1-3, 53:2-4). Nosotros como humanos, no podemos hacernos justos por nuestra propia cuenta delante del rostro de Dios, sino que Él nos hace justos.
Según la confesión de Augsburgo, Dios nos hace Justos, y nos acepta a tener comunión con El. De esta manera, nos muestra que nuestros pecados son perdonados por medio de Cristo. El tesoro del reino de Dios es encontrado cuando el Espíritu Santo crea la fe en nosotros los pecadores. Los que posean Justicia y sean justos recibirán la llamada el Reino Eterno en el último día.
La paz y gozo que nos da Jesús
Según la Biblia, la paz es un estado en el cual nos sentimos seguros de que no nos falta nada esencial. En el Reino de Dios, paz es la tranquilidad del corazón que el mundo no puede darnos. Nuestro redentor por medio de su sufrimiento, El que murió y resucito, ha preparado esta paz, la cual no puede ser comprendida por nosotros. Esta paz dispersa toda tristeza y temor (Juan 14:27). Esta paz nos da seguridad, no solo con las personas, si no al enfrentar la muerte y el juicio de Dios. De allí, fluye una fuente de gozo, que una vez mantuvo en comunión a los cristianos de la iglesia antigua (Hechos 2:42-47).
Manteniéndonos en comunión con Cristo, hace que el gozo de los hijos de Dios sea perfecto y nos lleva a amarnos los unos a los otros (Juan 15:11-12). El más grande gozo es el que recibimos en la salvación preparada por nuestro Redentor. Ya en esta vida, podemos regocijarnos en el perdón de los pecados y que nuestros nombres están escritos en el libro de la vida (Lucas 10:20). Algún día podremos regocijarnos eternamente, cuando Dios Omnipotente reine y celebre las bodas del Cordero (Apocalipsis 19: 6-7).
El Espíritu Santo nos hace dueños de un tesoro
Los tesoros del Reino de Dios no se pueden comprar con dinero ni tampoco pueden ser acumulados mediante una vida buena. Únicamente, a través de la influencia del Espíritu Santo podemos recibir estos tesoros como propios. El pequeño catecismo enseña que sin el Espíritu Santo, el hombre no puede creer o acercarse a Cristo. El Espíritu Santo nos llama mediante el evangelio, crea fe y una vida nueva. El Espíritu de Dios nos da a Cristo junto con todos los regalos y tesoros del Reino de Dios. Nos protege en la única fe verdadera.
Entonces, vivir en el Reino de Dios no es vivir conforme a las reglas hechas por los hombres, sino una nueva vida en Cristo. Esta nueva vida también trae sus propios estragos. Nosotros podemos vivir con corazones libres como hijos de Dios, por eso es que queremos pelear en contra del pecado que nos aleja de esta libertad. Somos débiles y pecadores que necesitamos confesar que en nuestras luchas diarias pecamos todos los días en pensamiento, palabras, hechos y fallas.
Del Reino de Dios podemos escuchar la proclamación de perdón de nuestros pecados que nos hace creer que nuestros pecados son perdonados a través de la obra expiatoria perfecta de Cristo. Si algún pecado nos queda molestando en nuestro corazón, podemos confesarlo y escuchar la palabra libertadora de absolución. No llegamos a ser justos por nuestros propios medios, pero como creyentes de la obra redentora de Cristo, podemos vivir cada momento de nuestra vida aceptable hacia Dios. Él es nuestra fortaleza, así como lo fue para los habitantes de Jerusalén miles de años atrás.
Texto: Jukka Palola
Traducción: A. H.
Recursos: SRK:n vuosikirja, Ajankohtaista 2012 / Jumalan valtakunnan asukkaana
Julkaistu espanjankielisessä kieliliitteessä 11/2014.
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