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Vieraskieliset / en espanol

La reciprocidad entre los cónyuges

Siionin Lähetyslehti
Vieraskieliset / en espanol
16.11.2016 12.13

Juttua muokattu:

1.1. 23:39
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El mat­ri­mo­nio per­te­ne­ce al or­den de la cre­a­ción de Dios. Dios creó al homb­re y la mu­jer en re­la­ción mu­tua, la igu­al­dad, para man­te­ner la vida. El mat­ri­mo­nio no es sólo una cu­es­tión de or­den im­pu­es­to por Dios, sino que tam­bién ha pro­me­ti­do ben­de­cir la unión. Aba­jo de la ben­di­ción de Dios, to­dos los mat­ri­mo­ni­os es­tab­le­ci­dos ap­li­can su man­da­to para nut­rir con­tac­to mu­tuo. En el mat­ri­mo­nio hay una opor­tu­ni­dad de ex­pe­ri­men­tar la gran ri­qu­e­za y el re­ga­lo de la vida, la alegr­ía plan­te­a­do a través de los ni­ños, el mi­lag­ro de cre­ci­mien­to.

Como cóny­u­ges crey­en­tes ex­pe­ri­men­ta­mos una co­ne­xión es­pi­ri­tu­al, y nos gus­tar­ía pe­reg­ri­nar de acu­er­do con nu­est­ra vo­ca­ción. Cree­mos que aba­jo de la inf­lu­en­cia del amor de Dios, te­ne­mos un de­seo es­pi­ri­tu­al de ali­men­tar el bien, pero como se­res hu­ma­nos sen­ti­mos la per­di­da de ha­bi­li­da­des y de fu­er­za en muc­has eta­pas de nu­est­ra vida.

Ala­do de tu co­razón

Cada homb­re, des­de re­to­ño ya a co­no­ci­do de Dios, des­can­sa un mo­men­to ala­do del co­razón de la mad­re. El mi­lag­ro de la cre­a­ción, el na­ci­mien­to, se ac­tu­a­li­za y el re­ga­zo de mad­re da se­gu­ri­dad para el prin­ci­pio de la vida. Na­ce­mos en una re­la­ción de in­te­rac­ción en la cual se res­pon­de al hamb­re, al frío, al do­lor y al can­can­cio.

Cada ser hu­ma­no an­he­la acer­car­se a ot­ra per­so­na, tal como un niño pre­vi­a­men­te al re­ga­zo de su mad­re. Es­ta es la ne­ce­si­dad in­na­ta del homb­re. Ne­ce­si­ta­mos ot­ra per­so­na para com­par­tir ex­pe­rien­ci­as de vida. En el me­jor de los ca­sos, el pro­pio cóny­u­ge es un tipo de per­so­na con qui­en sur­ge la sen­sa­ción del en­cu­ent­ro y la pre­sen­cia. Con su com­pa­nia se pu­e­de na­cer una ex­pe­rien­cia de co­ne­xión que ase­gu­ra que so­mos va­li­o­sos, im­por­tan­tes y qu­e­ri­dos.

El sec­re­to es gran­de

La re­la­ción ent­re Cris­to y la cong­re­ca­ción se com­pa­ra con una re­la­ción de mat­ri­mo­nio ent­re un homb­re y una mu­jer: “Por es­to de­jará el homb­re a su pad­re y a su mad­re, y se unirá a su mu­jer, y los dos serán una sola car­ne. Gran­de es es­te mis­te­rio; mas yo digo es­to res­pec­to de Cris­to y de la ig­le­sia. (Efe­si­os 5 :. 31-32) En el mat­ri­mo­nio, es po­sib­le ap­ren­der la vo­lun­tad última de Dios: “Amarás al Se­ñor tu Dios con todo tu co­razón, y con toda tu al­ma, y con to­das tus fu­er­zas, y con toda tu men­te; y a tu prójimo como a ti mis­mo. “(Lc. 10:27).

Cu­an­do nos ca­sa­mos, cont­ra­e­mos una unión con ot­ra per­so­na. Nos comp­ro­me­te­mos y pro­me­te­mos muc­ho. Des­de la base del ac­to de la cre­a­ción el homb­re tie­ne la ne­ce­si­dad in­na­ta de comp­ro­me­ter­se. La pro­me­sa de unir­se, el de­seo de con­ver­tir­se en una sola car­ne, se pub­li­ca, se au­to­ri­za, se ben­di­ce en la ce­re­mo­nia de boda. Nos comp­ro­me­te­mos a amar­nos uno al ot­ro has­ta la mu­er­te. La vida jun­to con su cóny­u­ge, to­man­do en cu­en­ta uno al ot­ro y sien­do fie­les, nos da la opor­tu­ni­dad para ser la ima­gen de Dios, un in­ter­me­di­a­rio del amor. El mat­ri­mo­nio no se basa úni­ca­men­te en el sen­ti­mien­to de amor, pero es una pro­me­sa y se basa en la vo­lun­tad.

Una sola car­ne

Pab­lo en­señó que “Así tam­bién los ma­ri­dos de­ben amar a sus mu­je­res como a sus mis­mos cu­er­pos. El que ama a su mu­jer, a sí mis­mo se ama. Por­que na­die abor­re­ció jamás a su pro­pia car­ne, sino que la sus­ten­ta y la cui­da, como tam­bién Cris­to a la ig­le­sia. - - Por es­to de­jará el homb­re a su pad­re y a su mad­re, y se unirá a su mu­jer, y los dos serán una sola car­ne.”(Ef 5: 28-29, 31.)

Según nu­est­ra fe la re­la­ción ent­re el homb­re y la mu­jer en el mat­ri­mo­nio es ígual. Cris­to está como la ca­be­za del homb­re y la mu­jer. La ex­pe­rien­cia de la uni­dad es­pi­ri­tu­al, men­tal y física vale la pena. Se nos re­qui­e­re la obe­dien­cia a la pa­lab­ra de Dios y el de­seo de ser obe­dien­te para el cóny­u­ge. Para ser una sola car­ne se ne­ce­ci­ta co­mu­ni­ca­ción en di­fe­ren­tes ni­ve­les de in­te­rac­ción. Re­qui­e­re pa­lab­ras, la len­gua, los oi­dos, los sen­ti­dos, el de­seo de es­cuc­har y oír, el de­seo de exp­re­sar­se a si mis­mo. Es una cosa muy ex­ten­sa.

Ped­ro acon­sejó a las pa­re­jas ca­sa­das: “Como Sara obe­dec­ía a Ab­ra­ham, llamán­do­le se­ñor; de la cual vo­sot­ras hab­éis ve­ni­do a ser hi­jas, si hac­éis el bien, sin te­mer nin­gu­na ame­na­za. – Vo­sot­ros, ma­ri­dos, igu­al­men­te, vi­vid con el­las sa­bi­a­men­te, dan­do ho­nor a la mu­jer como a vaso más frágil, y como a co­he­re­de­ras de la gra­cia de la vida, para que vu­est­ras ora­ci­o­nes no ten­gan es­tor­bo.” (1 Ped­ro 3 : 6-7).

Bi­no­mi­a­les

Vi­vien­do como una sola car­ne re­qui­e­re de los cóny­u­ges amar al ot­ro como a si mis­mo, re­qui­e­re el res­pe­to, la fi­de­li­dad, la con­fi­an­za y la trans­pa­ren­cia. Es im­por­tan­te que am­bos pu­e­dan exp­re­sar lib­re­men­te sus opi­ni­o­nes, sus ne­ce­si­da­des y sus sen­ti­mien­tos. Para es­tar cer­ca de la ot­ra per­so­na de­be­ria ser tan se­gu­ro que pod­ri­a­mos exp­re­sar los sen­ti­mien­tos aun di­fi­ci­les, como la tris­te­za, el mie­do y la ira. Para so­lu­ci­o­nar las cont­ra­dic­ci­o­nes ne­ce­si­ta­mos pe­dir y dar perdón. Cu­an­do cree­mos en el evan­ge­lio, ex­pe­ri­men­ta­mos la gra­cia del co­mien­zo nu­e­vo y re­ci­bi­mos fu­er­zas para con­ver­sar sob­re el asun­to por tan­to tiem­po para que las men­te de los dos se li­be­ren en la ver­dad.

A ve­ces las dis­pu­tas de los cóny­u­ges pu­e­den con­du­cir a la vi­o­len­cia men­tal o física, o la ame­na­za de la vi­o­len­cia. Los sen­ti­mien­tos de los ce­los, de la an­sie­dad, de la so­le­dad y de la dep­re­sión pu­e­den re­ve­lar que no se han pa­ra­do a pen­sar su­fi­cien­te­men­te en los asun­tos. La búsqu­e­da de la ay­u­da de ot­ros crey­en­tes o de los pro­fe­si­o­na­les ref­le­jan el de­seo de ser obe­dien­te a la pa­lab­ra de Dios, el de­seo de cui­dar de sí mis­mo y del ot­ro.

Cu­an­do am­bos cóny­u­ges tie­nen el de­seo de const­ruir una re­la­ción, es po­sib­le aún en una si­tu­a­ción bas­tan­te difí­cil. Hay di­fe­ren­tes eta­pas en el cic­lo na­tu­ral de vida. A ve­ces para lle­gar a una real com­pa­nia de vida se debe ca­mi­nar aún el ca­mi­no ro­co­so. En la com­pa­nia hay pre­sen­cia real y res­pe­tuo­sa, fi­de­li­dad, con­fi­an­za y trans­pa­ren­cia.

El len­gu­a­ge her­mo­so es como las flo­res del cam­po. Una ma­ña­na me­jor se crea hoy por me­dio de una in­te­rac­ción po­si­ti­va. Es­ta está re­la­ci­o­na­da en la en­se­ñan­za de la Bib­lia sob­re los fru­tos del Espí­ri­tu: “Mas el fruto del Espí­ri­tu es amor, gozo, paz, pa­cien­cia, be­nig­ni­dad, bon­dad, fe, man­se­dumb­re y temp­lan­za.” (Gal 5: 22-23).

Tex­to: Rit­va Vat­jus

Pub­li­ca­ción: Ajan­koh­tais­ta 2012, Ju­ma­lan val­ta­kun­ta muut­tu­vas­sa ajas­sa (Anu­a­rio 2012, El rei­no de Dios en tiem­po cam­bi­an­te)

Tra­duc­ción: Ve­ro­ni­ka y Da­vid Na­vas

Jul­kais­tu es­pan­jan­kie­li­ses­sä nu­me­ros­sa 16.11.2016