La ley es estricta y exigente. Jesús enseñó que hasta un pensamiento malo en el corazón del hombre es una transgresión a la voluntad de Dios. Nadie es capaz de vivir su vida de tal manera que nunca transgreda la voluntad de Dios. Sin embargo, la ley es condicional y exige obediencia completa.
El trabajo perfecto de Cristo
Pablo enseñó: “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3).
A causa de que el hombre no es perfecto y le es imposible vivir sin transgredir la voluntad de Dios. Dios lo hizo todo, a través Si mismo por nosotros. Dios envió a su hijo, nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley (Gálatas 4:4-5).
Solo Jesús ha vivido absolutamente según la voluntad de Dios. Nuestra redención no está basada en nuestra inocencia, más bien en la perfección de Cristo. La manera de estar en unión con Dios no es el ser obediente a la ley, sino por medio de Jesucristo. El propósito de la ley es el de despertar el arrepentimiento y traer personas renovadas a Cristo, para unirlos a Su rebaño de seguidores. Mediante el poder del Espíritu, Cristo es el evangelio que da vida. El Espíritu Santo despierta la fe en la persona, y es la fe que permite a la persona ser dueño de la obra perfecta de Cristo.
La justicia de la ley y la justicia de la fe
Las escrituras claramente diferencian entre la justicia basada en la obediencia a la ley y la justicia de la fe. Pablo en sus enseñanzas usó a Abraham, el padre de la fe, como un ejemplo. Abraham creyó en la promesa de Dios y le fue contado por justicia. Abraham no era justo, quiere decir que no era aceptable a Dios a base de sus obras, sino en la base de su fe. Pero esos que dependen de las obras de la ley están bajo maldición (Romanos 4, Gálatas 3).
Pablo enfatizó: “y la ley no es de fe, sino que dice: “El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa de Espíritu” (Gálatas 3:12-14).
La justicia basada en obediencia a la ley y la justicia por medio de la fe no encajan juntas. Se excluyen así mismas. Pablo expresó esto a los Gálatas: “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gálatas 5:4).
Esclavitud de la ley y la libertad del Espíritu
Pablo instruyó: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Gálatas 5:1). La ley no da el poder para obedecerla, solo coloca demandas y requerimientos a las personas. Es por eso que Pablo dijo que el vivir bajo la ley es vivir bajo un yugo y los cristianos no deberían de dar consentimiento a vivir así. Un esclavo tiene que obedecer la voluntad y demandas de su amo a todo tiempo.
Esclavitud bajo la ley significa seguir las reglas. La mente humana tiende a pensar que con una lista de reglas preparada se puede facilitar la fe y hacer que la vida como creyente sea más fácil. Esto apela a la razón. Sin embargo, la fe viviente no es obediencia a las reglas de la ley. Nadie es aceptable a los ojos de Dios solo por obedecer las reglas, y tampoco es posible adquirir un manual con instrucciones, ni modelos operacionales para todo. Dios, por medio de Su Hijo a liberado a los cristianos incluso de intentar ser absolutamente puro. Dios por Sí mismo, nos guía con Su Espíritu Santo que ha puesto en el corazón de cada creyente. La conciencia de un cristiano está ligada a la palabra de Dios. El Espíritu Santo también instruye a los hijos de Dios acerca de los asuntos de la fe y de la vida.
La ley dirige a la persona por afuera. Mientras que El Espíritu de Dios guía al creyente por dentro. Los cristianos siguen la voluntad de Dios por voluntad propia. El Espíritu de Dios enseña que la voluntad de Dios es justa, buena y da el deseo de ser obediente. La gracia de Dios nos enseña a negar toda impiedad (Tito 2:11-12). El Espíritu Santo le muestra al cristiano cuando ha transgredido en contra de Dios y ha caído en pecado. Es entonces que el Espíritu Santo nos instruye y nos da el poder de pedir perdón y a corregir la transgresión. La obra perfecta del Cristo rectifica las faltas del hombre hacia Dios y nos redime, pero el hombre tiene que soportar las consecuencias de sus propios hechos.
Texto: Ilkka Lehto
Traducción: Miriam Magee
Fuente: Kristityn vapaus, Ajankohtaista 2014
Julkaistu espanjankielisessä kieliliitteessä 6.5.2015.
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