El pecado es todo lo que aparta al hombre de Dios – es decir, cualquier cosa que ponga en peligro la fe viva. El cuento de la caída al pecado ya enseña que el pecado no parece siempre mal. Se nos atrae, nos encanta y nos engaña. Hasta las cosas que parecen buenas o razonables puede llevar por mal camino. La gracia sana de Dios aconseja a rechazar la impiedad y los deseos mundanos (Tit 2: 11–12).
Pablo nos recordó que la gracia de Dios enseña a esperar a que “cumpliese la esperanza bienaventurada y que apareciese nuestro glorioso Salvador Jesucristo.” (Tit 2:13). El Evangelio de la gracia también nos limpia de los pensamientos que vienen del mundo. El objetivo, la gloria del cielo, queda claro.
La gracia también enseña el pecador
Todos alguna vez hemos sido el la fe de los niños, sin embargo algunos han perdido la fe engañados por el enemigo de las almas. Según La Biblia, Dios atrae a las personas por su bondad (Ro 2:4). Una persona incrédula puede sentir a Dios hablar en la naturaleza, en el destino de su vida, o en su conciencia, entre otros. A pesar de todo esto, no la llevarán a la paz y a la salvación, a menos que encuentre el reino y la fe viva de Dios.
Nos han entregado la responsabilidad de que somos una carta escrita por Cristo en el mundo (2 Co 3:3). No seamos indiferentes a cómo manejamos este papel. El amor de Cristo y su ejemplo nos obliga a acercarnos a la gente incrédula desde abajo, con amor. La conciencia de incluso gente hostil se despierta cuando se recibe como regalo de los creyentes la sensación del amor de Dios.
Pero por otro lado la perspectiva de amar a los incrédulos es posible ser malinterpretado. En muchas religiones se han olvidado la verdad que vive mano a mano con la gracia (Jn 1:14; Tit 1:2). No será que el amor nos obliga a advertir a nuestros prójimos sobre los peligros de la vida en contra de la voluntad de Dios? El trato apropiado con una persona incrédula no significa que aceptemos su estilo de vida incorrecta o su falsa doctrina. El amor verdadero es que tratamos de encontrar ese tipo de palabras y maneras de tratar que le guían a dejar el pecado y la incredulidad.
El mensaje del reino de Dios nunca vale para todos, pero aún hay gente con la conciencia animada. Podemos hablar libremente acerca de las cosas como las sentimos y creemos. (Ro 1:16; 1 P 3:15)
La justicia por la gracia de Dios
Se siente ligero cuando recordamos que somos aceptables para Dios sólo por la gracia. No se abre el camino al cielo por nuestros propios hechos. Hacer justicia significa que el pecador recibe por la fe, la absolución por la gracia de Dios, algo que él no se merece (Ro 3: 23–26). Nuestro juicio sufrió nuestro mártir Jesús, quien se presentó en la tierra para poder servir a los demás y para dar su vida por todos los hombres.
Cristo redimió de las ataduras del pecado a los hijos de Dios. Sin embargo, esa libertad no es una libertad para pecar. Cuando el apóstol Pablo proclamó la gracia de Dios, él también recordó que el creyente no quiere vivir en pecado (Ro 5:20–6:2). Débiles como somos, si vamos a caer, pero entonces queremos arrepentirnos. Podemos recordar las palabras del Señor a los Apóstoles: “Conformese con mi gracia, porque mi poder se muestra plenamente en los débiles” (2 Co. 12: 9).
Texto: Ilari Kinnunen
Publicación: Ajankohtaista 2010, Erilaisina mutta samanarvoisina
Traducción: HH
Julkaistu espanjankielisessä numerossa 11.5.2016
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