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Vieraskieliset / en espanol

José encuentra a sus hermanos con caridad

Siionin Lähetyslehti
Vieraskieliset / en espanol
10.5.2017 9.31

Juttua muokattu:

1.1. 11:14
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La his­to­ria bíblica del en­cu­ent­ro de José con sus her­ma­nos en Egip­to es una desc­rip­ción bo­ni­ta sob­re la mi­se­ri­cor­dia y el perdón.

Hu­ma­na­men­te pen­san­do, José habr­ía te­ni­do ra­zo­nes para es­tar duro y amar­go con sus her­ma­nos. El­los lo hab­ían ven­di­do como esc­la­vo a los ma­di­a­ni­tas mer­ca­de­res, por lo cual acabó en una carcél egip­cia por muc­hos años.

José vió a sus her­ma­nos ot­ra vez des­pués de muc­ho tiem­po, cu­an­do ven­ían a Egip­to por co­mi­da. El Fa­raón hab­ía pu­es­to a José como go­ber­na­dor de todo Egip­to y su tra­ba­jo era al­ma­ce­nar grano para los tiem­pos de hamb­re.

A José se le dió la opor­tu­ni­dad de ven­gar­se a sus her­ma­nos, pero no lo hizo. Vió en esos mo­men­tos un de­sig­nio pro­fun­do y di­vi­no. Dijo a sus her­ma­nos:

”Aho­ra, pues, no os ent­ris­tezc­áis, ni os pese de ha­ber­me ven­di­do acá; por­que para pre­ser­va­ción de vida me en­vió Dios de­lan­te de vo­sot­ros. – – Dios me en­vió de­lan­te de vo­sot­ros, para pre­ser­va­ros pos­te­ri­dad sob­re la tier­ra, y para da­ros vida por me­dio de gran li­be­ra­ción. Así, pues, no me en­vi­as­teis acá vo­sot­ros, sino Dios.” (Géne­sis 45:5-8)

José les per­donó con todo su co­razón

Los her­ma­nos de José tra­je­ron tam­bién a su pad­re Ja­cob a Egip­to y toda la fa­mi­lia se qu­edó a vi­vir ahí. Des­pués de la mu­er­te de Ja­cob, los her­ma­nos em­pe­za­ron a te­mer que José les hi­cie­ra pa­gar de todo el mal que le hi­cie­ron. Pro­bab­le­men­te, aún en vida el pad­re, el­los hab­ían es­pe­ra­do con pa­vor el día cu­an­do él mu­rie­ra. Con mie­do en­vi­a­ron un men­sa­je a José re­cur­rien­do a las pa­lab­ras de su pad­re: ”Tu pad­re mandó an­tes de su mu­er­te, di­cien­do: Así dir­éis a José: Te ru­e­go que per­do­nes aho­ra la mal­dad de tus her­ma­nos y su pe­ca­do, por­que mal te tra­ta­ron; por tan­to, aho­ra te ro­ga­mos que per­do­nes la mal­dad de los sier­vos del Dios de tu pad­re”. (Géne­sis 50: 16-17)

Los her­ma­nos en­ten­die­ron que hab­ían ac­tu­a­do mal. Sab­ían que José hab­ía ob­te­ni­do muc­ho po­der, y por lo tan­to podr­ía di­fi­cul­tar su vida muc­ho. Sin em­bar­go, no ten­ían nada que te­mer por­que José les hab­ía per­do­na­do con todo su co­razón.

En res­pu­es­ta a la pe­ti­ción de los her­ma­nos, José se­ña­lo que la ta­rea hu­ma­na no es con­se­guir la ven­gan­za; la ca­pa­ci­dad de jui­cio sólo la tie­ne Dios. Dijó a sus her­ma­nos: “No tem­áis; ¿aca­so es­toy yo en lu­gar de Dios? Vo­sot­ros pen­sas­teis mal cont­ra mí, mas Dios lo en­ca­minó a bien, para ha­cer lo que ve­mos hoy, para man­te­ner en vida a muc­hos pu­eb­los. Aho­ra, pues, no teng­áis mie­do; yo os sus­ten­taré a vo­sot­ros y a vu­est­ros hi­jos.” (Géne­sis 50: 19-21) El hec­ho de que José hab­ía per­do­na­do con todo su co­razón , tam­bién se re­ve­la en sus ob­ras, cu­an­do él se hizo car­go de sus her­ma­nos y sus fa­mi­li­as.

El en­cu­ent­ro con es­te sen­tir que hubo tam­bién en Cris­to Jesús

Se pu­e­de de­cir que José ten­ía ”es­te sen­tir que hubo en Cris­to Jesús” (Fi­li­pen­ses 2:5-8)No qu­er­ía res­pon­der al mal con el mal, sino per­do­nar y ani­mar. Por la fe en­ten­dió que Dios le hab­ía per­do­na­do a él mis­mo, y que to­dos sus do­nes tem­po­ra­les fu­e­ron re­ga­lo de Dios.

Tan­to José como sus her­ma­nos hab­ían te­ni­do la opor­tu­ni­dad de es­tar en la es­cu­e­la de Dios. Los her­ma­nos tu­vie­ron que hu­mil­lar­se y pe­dir perdón por sus ma­las ac­ci­o­nes. Ya no hab­ía en sus pa­lab­ras el tipo de or­gul­lo que los años an­te­ri­o­res en el cam­po, don­de for­za­ron a su her­ma­no a vi­a­jar con los tra­fi­can­tes de esc­la­vos.

A me­nu­do no es fácil pe­dir perdón y per­do­nar. Él qui­en bus­ca el rei­no de Dios tie­ne que ca­mi­nar por la pu­er­ta est­rec­ha para ent­rar (Ma­teo 7:13). La mis­ma cosa es con el ar­re­pen­ti­mien­to di­a­rio: para un hijo de Dios qui­en ha caí­do en pe­ca­do, no es siemp­re fácil hu­mil­lar­se y pe­dir perdón.

Asi­mis­mo; a ve­ces el perdón de los pe­ca­dos pu­e­de ser muy difí­cil. Si no pu­e­de per­do­nar al prójimo, pu­e­de ser que el co­razón se llene con ren­cor y eso pu­e­de te­ner muc­has con­se­cu­en­ci­as ma­las. Por lo tan­to, es im­por­tan­te pe­dir fu­er­zas a Dios para pe­dir perdón y per­do­nar. Cu­an­do Dios nos ay­u­da en eso, el co­razón pu­e­de lib­rar­se del ren­cor y de los pe­sos del pe­ca­do, con el re­sul­ta­do del espí­ri­tu aleg­re y lleno de gra­cia.

Tex­to: Pek­ka Ait­ta­kum­pu

Pub­li­ca­ción: Sii­o­nin Lä­he­tys­leh­ti 3/2015

Tra­duc­ción: Le. R.

Jul­kais­tu es­pan­jan­kie­li­ses­sä nu­me­ros­sa 10.5.2017