El apóstol Pablo conocía bien la cultura de su tiempo, en donde los deportes eran premiados. Porque él sabía que la imagen de la competencia vivía poderosamente en los pensamientos de los hombres, muchas veces él comparó la vida Cristiana como correr en una pista de carreras. También deseaba mostrar que el significado y la meta del empeño de la fe son mucho mayores que la búsqueda de metas temporales.
Él escribió a Timoteo que el ejercicio físico tiene poco valor, pero que la fe correcta tiene valor en todas las cosas, ya que incluye una promesa para ambos en la vida presente y futura. Dijo que los creyentes se esfuerzan porque han puesto su esperanza en el Dios viviente, quien es el Salvador de todos los hombres. (1 Timoteo. 4:8–10.)
Dependiendo de la gracia de Dios
El salmista habla de la creencia como un “camino”. Él dice que él ha orado día y noche llorando, pidiendo ayuda de Dios y le preguntó: “Enséñame, oh Jehová, tu camino” (Salmo 86:11). Según la Biblia, el hombre no puede alcanzar el camino que lleva a la vida eterna, solo excepto a través de Cristo. Jesús mismo dijo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). El apóstol Pablo escribió a los Romanos “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). El Señor Jesús es la reconciliación para nuestros pecados, no solamente por los nuestros, sino los pecados de todo el mundo (1 Juan 2:2).
El camino que lleva a la vida eterna se basa en el llamado de Dios, el cual el hombre puede escuchar en este mundo. El Señor del cielo y de la tierra ha colocado el ministerio de la reconciliación en Su congregación, cuya tarea es cuidar a los hijos de Dios. “Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Corintios. 5:19).
Pablo relató que él presiono hacia la meta, al premio, al cual Dios lo había llamado con una llamada celestial en Cristo Jesús. Por esa razón, dijo que él había olvidado lo cual queda atrás, y que se aproxima a lo que está adelante (Filipenses 3:13, 14). La fuerza de un viajante en el camino de la vida es la gracia de Dios. Se nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos (Tito 2:11, 12).
Amor, un atributo de los hijos de Dios
El hombre es comparado con un árbol bueno o malo en la Palabra de Dios (Mateo 12:33). Según a la Palabra de Dios, un hijo de Dios es un “buen árbol” que da buenos frutos. Jesús enseña que un hombre bueno saca cosas buenas de los víveres de su bondad, y el hombre malo saca cosas malas de los víveres de su maldad (Mateo 12:35).
Pablo escribe que el amor de Dios ha sido derramado en el corazón del creyente por medio del Espíritu Santo, el cual le ha sido dado a él (Romanos. 5:05). Los frutos del Espíritu son amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gálatas 5:22, 23). Por lo tanto, el amor es el primer fruto de la fe.
El apóstol Juan escribió: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). Este amor, que se origina desde el cielo se dirige de un creyente a el Señor Jesús, hacia otros hijos de Dios, a la obra del Evangelio, y para los incredulos, incluso a los que parecen ser los opositores de la obra del reino de Dios. El apóstol nos exhorta a competir en honrar los unos a los otros (Romanos 12:10).
En su discurso de despedida, Jesús dijo a sus seguidores: “Hijitos... Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros. Como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros “(Juan 13:33–35).
Cuidar la vida de fe
Como creyentes, vamos a escuchar la Palabra de Dios. No deseamos enfrentarnos a una forma de vida que es contraria a la Palabra de Dios. En esto, no es una cuestión de una decisión basada en el cálculo humano o presión exterior, sino de la doctrina de la gracia de Dios y la obra del Espíritu Santo (Tito 2:11, 12). La fe viviente no puede ser invisible en la vida de un hijo de Dios.
A veces, un hijo de Dios puede oír que, para la opinión de los demás, es un ser aislado, un tipo de espectador. Pero esto no es así, de acuerdo a la Palabra de Dios y la propia experiencia de fe de un hijo de Dios. La fe viviente es la vida verdadera puesta por Dios en Su reino de gracia. Hemos sido capaces de ver en nosotros mismos y en nuestros conocidos cercanos que al permanecer obedientes a la Palabra de Dios, podemos evitar muchos de los males que encadenan a nuestros prójimos.
Sabemos que la vida necesita alimentación para que pueda continuar. Así mismo es en el caso de la vida de fe. Martín Lutero escribió en su libro sobre la libertad Cristiana: “El alma no tiene otra cosa en la tierra o en el cielo por el cual vive – – mas que el santo Evangelio, la Palabra de Dios. Ahí tiene suficiente alimento, la alegría, la paz, la vida, la capacidad, la justicia, la verdad, la sabiduría, la libertad, y todo bien en abundancia.” En lo que respecta al cuidar la vida de fe, La Doctrina Cristiana Luterana enseña: “Para ser fortalecida y permanecen en la fe, el cristiano debe usar diligentemente la Palabra de Dios y la Santa Cena del Señor, la oración y la comunión cristiana mutua.”
Un hijo de Dios debe cuidar su vida de fe, de acuerdo con las instrucciones del autor de la Carta a los Hebreos: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro con nube tan grande de testigos, despojémonos de todo peso, y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:1, 2). Uno puede ser liberado del pecado y de la carga solamente por creer en el evangelio predicado por el Espíritu Santo, cuyo núcleo es la absolución en el nombre y la sangre de Jesús.
El asunto más importante de la vida
En medio de las muchas demandas de la vida y en todo tipo de obras, poco es necesario, y al final sólo una cosa. El salmista lo expresó: “Afirma a mi corazón para que tema tu nombre” (Salmo 86:11).
Jesús enseñó que nadie puede servir a dos señores. Él dijo: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón” (Lucas 12:34). Por lo tanto, le pedimos a Dios la fuerza para que podamos esforzarnos en su reino, con todo nuestro corazón.
Allí donde Dios hace su obra de salvación, el poder del enemigo también esta frecuentemente trabajando. Así también lo fue en el tiempo de Pablo. Por ejemplo, los falsos maestros, quienes se apoyaban en los rudimentos, engaños vanos del mundo en sus discursos, y no en Cristo, que habían trabajado en Colosos y sus ciudades vecinas. Su intención era atraer a los cristianos a la filosofía y “vanas sutilezas”, lejos de la simplicidad de la fe en Cristo.
Cuando Pablo escribió a los Colosenses, sus palabras exudaban un fuerte testimonio del poder del evangelio y de la fuerte fundación de la fe. El animó a los cristianos de Colosos a caminar en Cristo, incluso en tiempos de tentación y a estar “arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe”. En Cristo “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Por la fe, un hijo de Dios es partícipe de él (Col. 2:6–10).
Los conflictos entre la revelación de Dios y las enseñanzas que surgen de la mente humana corrupta, así como entre la fe y la razón, aparecen con frecuencia en la vida de la gente de la Biblia. Un hijo de Dios también puede experimentar tentaciones similares hoy en día. Un hijo de Dios, enseñado por el Espíritu Santo, es sin embargo seguro que se fortalece la fe en el compañerismo de la congregación de Dios. En él, se nos asegura una y otra vez que la plenitud de Dios se revela en el Señor Jesús.
El fin de la buena batalla
Pablo escribió en su despedida a Timoteo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe, Por lo demás me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Tim 4:07, 8). Ganar el premio no está basado en el éxito propio de un cristiano, sino que es capaz de conservar la fe y una buena conciencia con el poder del evangelio de Cristo. Pablo exhortó a Timoteo a mantener “la fe y buena conciencia” (1 Tim. 1:19).
Texto: Juhani Liukkonen
Publicado: SRK Anuario 2001
Traducción: Melanie Wisuri
Julkaistu espanjankielisessä kieliliiteessä 11/2013
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